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​PADOVA

 

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Un par de horas después de haber firmado el contrato de renta por el local que hoy en día alberga a la Galería Acapulco 62, intentábamos Alfonso y yo levantar la cortina de metal del único candado que abrió una de las veinte llaves que nos acababa de dar el dueño. El local llevaba una década clausurado y el metal oxidado por las lluvias se resistía ante nuestros músculos oxidados por la vida.

-¡A la de tres!

Hay momentos cruciales en la vida. Llamarlos epifanías o revelaciones puede sonar falso. Como sea; un escalofrío recorrió mi ser al ver el espacio: un chorizo angosto de pintura mamey descarapelada, repleto de escombro, heces de ratas y muebles podridos, pero que su altura y el rayo de luz que penetraba a mis espaldas intensificado por el polvo que envolvía el ambiente, me transportó cual cuento de hadas a la Capilla Scrovegni pintada por Giotto di Bondone en Padova (Padua), Italia.

En unos meses –decidí en mi mente-, haré una exposición evocando esta experiencia y la titularé Padova:

Siempre quise hacer una exposición pensando en el espacio que la va albergar, Padova va más allá. Fue el espacio el que pensó la exposición.

Plantear una experiencia espiritual desde una mente agnóstica puede mal interpretarse como una afrenta a la religión pero no es el caso. Simplemente no me atraen los rituales y reglas impuestas por esa extraña invención  humana llamada “tradición”. Coincido con Kamel Daoud cuando escribe: “La religión para mi es un medio de transporte colectivo que nunca tomo. Me gusta ir a Dios, a pie si es necesario, pero no en un viaje organizado”.

Al crear una experiencia artística a partir de una capilla simplemente invierto los factores. Así como la religión toma del Arte lo necesario para difundir su doctrina, yo tomo de la religión lo necesario para difundir mi viaje artístico. O como responde mi hijo cuando le pega a mi hija, “¡ella empezó!”.

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